Cap. IV. Vascos en América. Un duelo en tierra de comanches

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Los rumores hablaban de un ejército de sombras que cabalgaba siempre a la luz de la luna llena. Sus gritos, decían, eran presagio de la devastación. Cuando los jinetes comanches entraron en Nuevo México a principios del siglo XVIII, declararon la guerra al hombre blanco y acorralaron a los colonos españoles en sus propias fortalezas. ©Fotografías de David Quintas y textos de Martín Ibarrola.

El periodista S. C. Gwynne señala que sólo hubo “un gobernador verdaderamente genial que logró lo que dos siglos de antecesores en el cargo y, posteriormente, docenas de políticos, agentes indios y ejércitos estadounidenses no consiguieron: un auténtico tratado de paz con los comanches”. Aquel individuo se llamaba Juan Bautista Anza y era hijo de un militar, minero y explorador de Hernani que encontró un nuevo hogar en la provincia mexicana de Sonora (actual Arizona).
El guipuzcoano murió en una emboscada apache y Anza creció huérfano en las salvajes llanuras del oeste americano. Después de una exitosa carrera militar, fue nombrado Gobernador de Nuevo México y tomó una decisión insólita. El criollo llamó a los “soldados de cuera”, reunió voluntarios, convocó a las tribus amigas y, el 15 de agosto de 1779, partió con 600 hombres al corazón del territorio comanche.

Su objetivo era acabar con Cuerno Verde, un despiadado nativo que juró venganza después de que los españoles mataran a su padre. Para evitar que los descubrieran, las tropas del gobernador avanzaron de noche y bordearon sigilosamente el macizo de las Rocosas. Al cruzar la Sierra de Almagre encontraron un asentamiento nativo y, aunque Cuerno Verde y la mayoría de los guerreros estaban ausentes, atacaron. Tras interrogar a los prisioneros, Anza supo que los comanches volverían pronto de sus correrías por el sur, así que preparó una emboscada mortal.
El ataque sorprendió al líder indio, que luchó hasta caer muerto en el campo de batalla. Después de esta demostración de fuerza, el gobernador apostó por la diplomacia, buscó el respeto de sus adversarios y permitió el libre comercio en Nuevo México. Los cronistas cuentan que el abrazo entre Anza y el gran jefe Ecueracapa, hijo de Cuerno Verde, duró largos minutos y forjó uno de los tratados de paz más duraderos de la Historia de Estados Unidos.

No se trata de su única hazaña. Cuando todavía era capitán, Anza abrió la primera ruta terrestre desde Arizona hasta la costa de la Alta California, una vía que los españoles -incluido su padre- habían perseguido durante décadas. El explorador repetiría la expedición acompañado por 240 colonos, de los cuales 110 eran niños. Recorrieron 2.000km de desierto, caminaron durante meses al borde de la deshidratación, hubo varios partos y casamientos, cruzaron tormentas de arena y sufrieron toda clase de imprevistos.
La caravana de Anza tardó un año en llegar a la bahía californiana, que según el franciscano Pedro Font tenía una “deliciosísima vista” al mar. Los colonos que sobrevivieron fundaron allí una nueva misión y levantaron los cimientos de la ciudad que hoy llamamos San Francisco. La ruta abierta por aquel vaquero de origen vasco sería designada ‘Sendero Histórico Nacional’ por el Congreso de EEUU en 1990 y ahora un cartel indica su nombre a los excursionistas: Anza’s Trail.
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